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Writing Type: Testimony
Testimony of Andrea Ricaurte de Lozano, Bogotá, 20 April 1875. She describes events up to and including the arrest of Policarpa Salavarrieta at her Bogotá home.
Keywords: Policarpa Salavarrieta, Carmen Rodríguez, Bibliano Salavarrieta. Independence, Bogotá, women spy networks, José Ignacio Rodríguez.
Archive: Biblioteca del Banco Central de Ecuador
Location Details: Reproduced in J.D. Monsalve, Mujeres de la Independencia, pp.191-195. Taken from Boletín de la Historia, XII, 18.
Text: Septiembre del año 1809 me casé en Bogotá con Judas Tadeo Lozano; tenía padres y hermanos: sus parientes y los míos era numerosos y todos patriotas.
En esa época la idea de la emancipación germinaba en muchos de los habitantes de esta ciudad.
Apareció el sol radiante y vivificador del glorioso 20 de julio, y una disputa suscitada en la Calle Real entre los señores Francisco Morales y un español Llorente dio por resultado que el pueblo se amotinara y concurriera en gran número esa noche a la plaza principal, dando por resulto la caída del Virrey.
A este movimiento revolucionario concurrieron en su totalidad todos los patriotas notables en la ciudad y los de la clase media del pueblo. Allí estaban mi marido, hermanos y mi suegro Don José Tadeo Lozano, hombre de mayor edad.
Vinieron los acontecimientos de los años de 1812 a 1814, en que suscitó la cuestión federación y centralismo, y las batallas dadas por los Generales Nariño y Baraya, la entrada del General bolívar por tratados después de un sangriento combate en la ciudad. En estos combates ocupaban un puesto mi marido, hermanos y suegro, como artilleros voluntarios.
Llegó la noticia de que el General Pablo Morillo arribaba a la costa con un ejército y que Sámano invadía por el Sur. Emprendieron marcha para esta punte los Generales Nariño y Leiva, los Coroneles Cancino y José Ignacio Rodríguez, con muchos de los comprometidos del año de 1810. El General Bolívar marchó para la Costa. Los primeros emprendieron con éxito la campaña, pero al querer tomar a Pasto con una parte del ejército que llevaban, fueron rechazados y perdidos, quedando en los suburbios de esa ciudad muchos muertos, entre ellos mi suegro. Los que pudieron escapar llegaron a esta ciudad, teniendo unos que salir por los montes y otros ocultarse, pues ya la ciudad estaba ocupada por el ejército de Morillo y sus tenientes.
Los fusilamientos habían empezado y las persecuciones eras diarios, y el terror tenía sumergidos a los habitantes de la ciudad en luto y lágrimas. Los patriotas, ocultos en los montes, resueltos a trabajar por la libertad de la Patria, se pusieron en comunicación con los que estaban escondidos en la ciudad para formar guerrilleras. Entre tántos recuerdo a los Almeidas, Gutiérrez, Morales, Barayas, Rodríguez, Ricaurtes, Arces, Juancho Molano, Vega, Galiano, maestro Liz, Tomás Quevedo, mi comadre Carmen Rodríguez, mi marido y mis hermanos.
Por el Norte, el Coronel Juan José Neira y Rodríguez, de Guachetá; en el Sur, los Coroneles Ignacio Rodríguez y Olaya; en Tunja, los Ruices; los Dulcey, en el Socorro; Calvos y Salazares, en Vélez. Los Almeidas formaron sus guerrillas después de haberse fugado de las prisiones de San Bartolomé, ganándose la guardia.
Se necesitaba un centro de operaciones que se entendiera con las juntas que se reunían en la ciudad y poderse comunicar con las guerrillas; eligieron mi casa, que quedaba en la quinta cuadra de la Carrera de Antioquia; de allí se mandaban las comunicaciones, noticias, recursos y gente para las guerrillas, lo mismo que para Casanare, en donde los Generales Bolívar y Santander estaban formando el ejército libertador.
Era el año 1817. Un día recibí cartas de mis compadres Ambrosio Almeida y José Ignacio Rodríguez; el primero se hallaba en Tocaima enfermo y el segundo en La Mesa. Su contenido era recomendándome a Policarpa Salavarrieta para que la tuviera en casa, que venía de Guaduas, donde la perseguían; ésta tenía dos hermanos frailes agustinos, José y José María, con quienes yo tenía amistad; me recomendaron a su hermano, lo mismo que a hermanito pequeño llamado Bibliano, que venía con ella.
Policarpa era joven y bien parecida, viva inteligente, un color aperlado. El joven Bibliano se le parecía, pero era tardón para hacer loas cosas; con la llegada de Policarpa los trabajos políticos se aceleraron, y como ella no era conocida en la ciudad, salía y andaba con libertad, facilitaba la correspondencia con las juntas y con las guerrillas. Apareció como auxiliar Sabaraín y otros que estaban de soldados por insurgentes; los postas eran más frecuentes, pero las pesquisas y los patíbulos se aumentaban.
Al fin supieron que los patriotas tenían juntas y que auxiliaban las guerrillas. Cogieron a Juancho Molano y lo fusilaron porque le descubrieron que era uno de los auxiliadores. Fusilaron también a Vega, porque le dio una peseta para que se fuera.
Alarmados los patriotas resolvieron que cambiara de casa distante y de humilde apariencia; me trasladé a otra esquina de la calle 6 de la carrera Bolívar, dos cuadras debajo de Egipto.
Como las averiguaciones para saber quiénes eran los principales agentes de los patriotas eran tan activas, al fin descubrieron a Policarpa; entonces tomaron todo interés para descubrir su habitación. Sabedores de esto los patriotas que se reunían en casa, dejaron de ir y los únicos que volvieron eran los reverendos Padres, sus hermanos, mi comadre Carmen Rodríguez una vez de otra y mi compadre José Ignacio Rodríguez, cuando llegaba de La Mesa, que siempre lo hacía de noche.
En el ejército de los españoles había un sargento de toda su confianza, hombre sagaz, atrevido, sanguinario y constante perseguidor de lo patriotas; éste era Iglesias, a quien habían comisionado para descubrir el escondite de Policarpa y la prendiera, ofreciéndole hacerlo oficial. Redoblados los trabajos por todas partes, pasaron algunos días sin lograr su objeto, sino saber que Policarpa tenía un pequeño que la acompañaba y que deseaban conocer.
Frente a la puerta del Colegio de San Bartolomé había una tienda, especie de fonda; allí concurría Iglesias con otros sargentos sus camaradas. En uno de los días que iban a fusilar, estaba Iglesias en la tienda con sus compañeros hablando de los fusilados; la ventera les estaba oyendo, se le dirigió el sargento Iglesias y le dijo que deseaba conocer al hermano de Policarpa Salavarrieta; la ventera le contestó que por allí lo había visto pasar; Iglesias le encarga que cuando lo vea se lo muestre; la mujer se lo ofreció. Pasaron unos pocas días cuando Bibliano subía para casa con algunos viveres de la plaza, lo ve la ventera, llama a Iglesias que estaba allí con otros y le avisa; éste sal haciéndole seña a uno de sus compañeros y siguen a Bibliano a distancia, hasta verle entrar a casa.
Llegó la noche, que estaba muy clara; serían las once o las doce; mi marido hacia poco que se había retirado a la casa materna con un muchacho Eusebio. Estábamos en la sala Policarpa, Bibliano y yo, que estaba criando, pensando retirarnos a nuestras camas, cuando oímos un estrepitoso ruido por la cocina, como que habían tumbado la puerta; quedamos asustados y en silencio esperamos el resultado. Salen los soldados al patio, se dirigiéndonos insultos y amenazas; Policarpa le contesta con energía; yo permanecí sentada junto a ella, a la alcoba, levanto un colchón de la cama de Policarpa, recojo los papeles que había, salgo por la puerta del cuarto, que estaba al lado plata, entré a la cocina, el fogón estaba con mucho fuego, y arrojo los papeles que se volvieron ceniza. Como todo lo hice con rapidez no se apercibió Iglesias que yo hubiera salido a la cocina y menos cuando él no conocía la casa.
Regresó a ala sala, Iglesias me trata de insurgente; le contesté: “no sé qué es insurgente”; me dice que porqué tengo allí esa mujer (a Policarpa); le dije que esos días había llegado de tierra caliente con su hermanito, que estaba enfermo; Policarpa sostuvo lo mismo; él me preguntó qué gente visitaba a Policarpa o se reunía en la casa; le dije que nadie. Nos dejó en la sala con centinela, rondó toda la casa y no halló nada.
Quiso llevarnos a todos presos, pero la circunstancia de estar yo criando, la creencia de que no conocía antes a Policarpa me disimuló, y la oposición de ésta a que me llevaran porque le había dado hospitalidad, me favoreció. Llevaron a Policarpa y a Bibliano, a éste lo azotaron y a los tres días lo pusieron en libertad, el que volvió a casa.
Como a los tres días por la tarde volvió Iglesias a rondar la casa: había llegado mi compadre Ignacio Rodríguez, y se había acostado; cuando sentí a Iglesias cubrí a mi compadre con un poco de ropa sucia: él se quejaba. Me preguntó Iglesias que quién estaba ahí; le contesté que un hombre que había llegado de Choachi y se había enfermado de tabardillo; concluyó la ronda y se fue.
Los papeles quemados contenían cartas de muchos patriotas, la lista de dos que daban recursos para auxiliar a los que se iban a las guerrillas, comunicaciones de los jefes de éstas y borrador del estado de las fuerzas de los españoles.
Como al mes fusilaron a Policarpa. Salió al banquillo con camisón y mantellina azul, con un valor extraordinario, diciéndoles godos, tiranos, sanguinarios y retándolos con los patriotas, que pronto serían despedazados por ellos.
Policarpa no era pobre; no conocí ni llegué a saber que sus padres vivieran, ni más hermanos que los Reverendos Padres agustinos y Bibliano, que después de ser soldado tomó el estado de sacerdote, y murió hace algunos años en esta ciudad.
Andrea Ricaurte.
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